Sentados bajo el sol y la esperanza: la larga espera de madres y padres en la UV

Redacción Sie7eDíasNoticias | Xalapa, Veracruz. Afuera de la Facultad de Medicina de la Universidad Veracruzana (UV), la reja se convierte en banco improvisado, altar de oraciones y muro de contención para los nervios.

Madres, padres, abuelas y hermanos esperan en silencio, bajo la sombra escasa de los árboles, a que sus hijos terminen el examen que podría cambiarles la vida.

“Es como volver a presentar yo el examen”, dice doña Carmen, con la voz entre risas nerviosas. Tiene las manos apretadas sobre un rosario que no ha soltado en más de una hora. Su hija, Alejandra, quiere ser médica. “Estudió mucho, pero hay tantos aspirantes… sólo le pido a Dios que le alcance el lugar”.

Este año, más de 45 mil jóvenes se inscribieron para competir por uno de los poco más de 21 mil lugares disponibles en la UV. Solo en Medicina, la demanda supera ampliamente la oferta. Las matemáticas son frías: miles quedarán fuera.

Pero eso no impide que la esperanza haga guardia. Don Martín, quien viajó desde Tuxpan con su hijo, dice que no ha dormido bien en días. “Lo veo tan ilusionado… Yo no tuve estudios, y por eso él quiere estudiar. Ojalá se le dé. Aquí estamos, echándole porras en silencio”.

A lo largo de la banqueta, las escenas se repiten: termos con café, botellas de agua, sombrillas que luchan contra el sol de mediodía y una mezcla densa de orgullo y temor. Hay quien reza en voz baja, quien platica para distraerse, quien no suelta el teléfono por si su hija manda un mensaje.

Desde que inició el examen, la entrada principal ha sido un flujo contenido de jóvenes con carpeta en mano, algunos confiados, otros con el rostro serio, concentrado. Del otro lado de la reja, sus familias los miran irse como si fuera la primera vez que se separan.

“Mi hijo va para enfermería. Ya pasó en el primer intento. Este año es su segundo intento. Trae más preparación, pero también más nervios”, cuenta Blanca, quien llegó desde las seis de la mañana con su esposo. “No lo vamos a dejar solo en esto, aunque no podamos entrar”.

La escena recuerda que el ingreso a la universidad no es solo un trámite académico, sino una batalla emocional para muchas familias. Un punto de inflexión que puede definir el futuro de quienes aspiran a un espacio en la educación pública.

En medio de la espera, una mujer saca pan de una bolsa y reparte entre otros padres. No se conocen, pero aquí todos comparten lo mismo: la esperanza de que este esfuerzo valga la pena.

A medida que los jóvenes empiezan a salir del edificio, los rostros cambian. Algunos sonríen con alivio; otros, cabizbajos, no dicen una palabra. Pero todos caminan hacia los brazos que esperaron pacientemente bajo el sol.

“Pase lo que pase, yo estoy orgullosa de ella”, dice doña Carmen, guardando el rosario. “Dios sabrá si es hoy… o el próximo año”.

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