Grafitis, fantasmas y frecuencia muerta: la estación de radio que se volvió parte del paisaje urbano de Xalapa

Xalapa, Veracruz. No transmite noticias, no suena música, no hay locutores, pero todo el mundo la ve. Ahí está. Sobre la avenida Lázaro Cárdenas, justo frente a Plaza Ánimas, la silueta de un edificio abandonado observa silenciosa el paso del tiempo y del tráfico.

Es la antigua estación de radio —alguna vez Satélite 91.7 FM, del Grupo ACIR—, hoy transformada en galería involuntaria de grafitis, ruina urbana y memoria visual de una ciudad que olvida, pero no tanto.

Su arquitectura, aunque devorada por el óxido y la maleza, todavía sugiere lo que fue: cabinas de transmisión, pasillos con piso de mosaico blanco, ventanas amplias que miraban al bosque y oficinas que alguna vez estuvieron llenas de discos y humo de cigarro.

Ahora, solo quedan vidrios rotos, paredes firmadas con tags multicolor, escaleras que crujen de abandono y un eco que ya no responde a ningún “probando, uno, dos”.

Durante el día, su imagen es parte del cotidiano xalapeño: el chofer del urbano, el joven que espera su camión, los oficinistas que cruzan el puente peatonal o los adolescentes que apenas levantan la vista de su celular. Todos, en algún momento, han mirado ese cascarón sin vida que ahora es más postal que amenaza, más telón de fondo que promesa arquitectónica.

Pero en la noche, dicen algunos, se siente distinto. Unos aseguran que aún se escuchan voces. Otros, más realistas, lo explican como el viento atravesando el vacío. Lo cierto es que el lugar es visitado con frecuencia por exploradores urbanos, fotógrafos amateurs, y sí, también por quienes aprovechan la desidia institucional para dejar su firma, una calcomanía o su “bienvenidos” pintado con spray.

Nadie ha dicho en voz alta qué va a pasar con el edificio. Ni rescate, ni demolición. Ha sobrevivido gobiernos, administraciones y planes de “rescate urbano”.

Mientras tanto, la estación de radio fantasma sigue en pie. Callada, pero presente. Muerta en su función, viva en su forma. Un símbolo, quizás sin quererlo, de una ciudad que a veces avanza y a veces se queda colgada en el aire, como una frecuencia sin sintonía.

Porque si algo tiene Xalapa, es la costumbre de convivir con sus ruinas. Las vuelve parte de su estética. Parte de su relato. Parte de su voz… aunque esa voz ya no suene en el dial.

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