En Otatitlán, Marcos Pablo Fentanes Manzanilla ya está en campaña. No por convicción, sino por reflejo: el reflejo del político que no sabe quedarse fuera de la boleta, aunque tenga que cambiar de bandera más veces que de discurso.
Hoy flamea la del Partido del Trabajo (PT) como candidato a la alcaldía, luego de quedarse sin espacio en Morena y desinflarse en el Partido Verde. Porque sí, apenas el 24 de enero, las redes lo mostraban sonriente, con chaleco verde y rodeado de militantes ecologistas, posando con Javier Herrera Borunda, mandamás del PVEM en Veracruz. En aquel entonces era “verde hasta el tuétano”, impulsando hashtags como #VamosVerde y #OtatiTLÁNsePintaDeVerde.
Pero el script cambió. La candidatura se cayó, el apoyo se esfumó, y Marcos Pablo hizo lo que muchos en tiempos de elección: se recicló.
Brincó de sigla sin mirar atrás y menos de dos meses después ya se abrazaba con el PT, levantando el brazo con su nueva camiseta y un viejo guion: “soy hombre de campo”, “cercano al pueblo”, “chambeador”.
No es el primero ni será el último en convertir los partidos en estaciones de paso. Lo que sorprende no es el salto, sino la facilidad con la que se borra el pasado inmediato, como si cambiar de partido no requiriera explicaciones, solo un nuevo set de fotos.
En redes, los suyos lo justifican: “fue bloqueado”, “fue engañado”. Nadie explica, sin embargo, cómo alguien que se asume leal a un proyecto puede abandonarlo tan rápido… y con la misma sonrisa.
En un municipio con historia política viva como Otatitlán, estos movimientos pueden salir caros. Porque el electorado ya aprendió a distinguir entre la perseverancia y la desesperación disfrazada de oportunidad.
Cuando el color da igual, lo único que importa es la silla.