Hay derrotas que duelen. Y hay otras que, además de doler, dejan una estela de rencor tan densa que ni los discursos oficiales ni los llamados a la civilidad pueden ocultar. En Morena Veracruz, la elección municipal no fue un tropiezo: fue un colapso estratégico.
De las 140 alcaldías prometidas con entusiasmo desde el comité estatal, apenas pudieron rescatar 60 en coalición y 11 en solitario. Cualquier intento de disfrazar el resultado como avance territorial es, cuando menos, un acto de ilusionismo sin gracia.
Pero lo más delicado no son los números. Lo verdaderamente alarmante es el clima que se instaló después del conteo. En municipios como Tuxtilla, la noche del 1 de junio ardieron no solo las pasiones: ardieron los paquetes electorales y el Palacio Municipal, en un acto que algunos líderes regionales atribuyen a simpatizantes inconformes con la derrota. Nadie ha sido detenido. Nadie se ha responsabilizado. Pero el silencio, a veces, también toma partido.
En Boca del Río, los focos rojos se encendieron la noche del lunes. Un grupo de personas —identificadas por testigos como simpatizantes de Morena y de su candidata derrotada, Bertha Ahued Malpica— irrumpieron en las oficinas del OPLE e intentaron ingresar a la zona donde se resguarda la paquetería electoral. No lo lograron, pero la sola intención bastó para que las autoridades blindaran el sitio.
En Tlalnelhuayocan, la madrugada del 3 de junio no trajo calma. Trajo humo, violencia y sospechas. Grupos de choque ingresaron a la bodega del OPLE, quemaron material electoral y sacudieron un municipio donde Morena perdió la elección. La candidata derrotada, María Emilia Nieto Miranda, se deslindó de inmediato. Y la alcaldesa saliente, Fanny Muñoz, emitió un comunicado institucional… quizá demasiado institucional para la gravedad del hecho.
A la lista de municipios en tensión se suma ahora Mecatlán, donde pobladores incendiaron papelería electoral afuera del OPLE, vandalizaron instalaciones públicas y acusaron un presunto triunfo ilegal de Morena, que aparece con una ventaja de apenas 367 votos. La escena no fue menor: fuego en plena vía pública, reclamos encendidos y una sensación creciente de que la derrota, en algunos rincones, no se asimila… ni la victoria se cree legítima.
Y mientras esto ocurre, en Ozuluama y Papantla, municipios donde el PRI y Movimiento Ciudadano ganaron por márgenes estrechos; en Poza Rica, donde MC le sacó 2,476 votos de ventaja a la candidata de Morena; y ahora también en Tecolutla, donde simpatizantes de la morenista Perla Eufemia Romero Rodríguez —derrotada por el PVEM— se manifiestan exigiendo conteo “voto por voto” frente al OPLE, los candidatos vencedores han pedido públicamente resguardar las bodegas ante advertencias de posibles intentos de vandalismo. ¿Paranoia? ¿Precaución? ¿O conocimiento de causa?
Hay quienes se hacen una pregunta incómoda:
¿De dónde vienen esas señales que agitan el ambiente poselectoral?
Las versiones más atrevidas —y no por eso menos persistentes— apuntan al comité ejecutivo estatal de Morena, esa oficina desde donde alguna vez se presumieron victorias antes de que ocurrieran… y desde donde ahora, tal vez, se impulsen otras formas de resistencia cuando ya no hay forma de revertir la derrota.
Esteban Ramírez Zepeta, dirigente morenista, guarda silencio. Pero su silencio ya no es prudente. Es ensordecedor. Porque si algo está claro, es que el liderazgo no solo se prueba en la victoria. También —y sobre todo— en la forma de asumir la derrota.
Y hasta ahora, esa lección, alguien parece no haberla aprendido.