Por Redacción Sie7eDíasNoticias
Xalapa, Veracruz. El reloj marcaba las 10:38 de la mañana cuando la urna con las cenizas de Fidel Herrera Beltrán cruzó las puertas del Congreso de Veracruz. No hubo escolta ni alfombra roja, pero sí un aplauso sostenido que rompió el silencio de mármol. El exgobernador volvía al recinto donde alguna vez fue aclamado y cuestionado, ahora reducido a memoria, ceniza y homenaje.
Habían pasado quince años desde que dejó el poder, pero el eco de su voz —esa que sabía conjugar política, espectáculo y cálculo— seguía flotando en el aire.
Las bancas no estaban llenas, pero sí ocupadas por viejos colaboradores, exfuncionarios y políticos que, en su momento, fueron parte del “equipo Fide”. Hoy, muchos son figuras apagadas del PRI o náufragos en busca de resurrección electoral.
Sus tres hijos —Javier, Fidel y Rosa Herrera Borunda— estaban presentes. Impecables, serenos, quizá entrenados para el temple en la vida pública.
No hubo exhibiciones emocionales ni discursos excesivos. El duelo se mantuvo contenido, con esa mezcla de dolor privado y deber público que exige el apellido y el lugar.
El homenaje comenzó con un video. En él, una biografía política en clave de epopeya: campañas, promesas, obras, arengas. El personaje revivía en pantalla: el gobernador locuaz, el operador eficaz, el político que no dejaba espacio sin ocupar ni micrófono sin tomar. Le decían el “Tío Fide”, y supo asumir el mote como marca personal y estrategia de cercanía.
En representación del Poder Legislativo asistió el morenista Esteban Bautista Hernández. Por el Gobierno estatal acudió Juan Manuel Pozos Castro. Todos sobrios, sin estridencias.
El orador oficial fue su hijo Javier, actual diputado federal. Tomó la tribuna que su padre tantas veces ocupó y cerró su discurso con palabras que resuenan más allá del rito:
“Esto lo dijo Fidel al terminar su gobierno en esta tribuna: …si hubo aciertos son del gran equipo que me acompañó en el gobierno; si hubo falla e insuficiencia, la asumo como propia… Sigues sirviendo a Veracruz, que la historia del Tío Fide siga latiendo con fuerza.”
Las palmas se repitieron, menos festivas que al inicio, más cargadas de nostalgia. El aplauso como último decreto.
La política tiene memoria selectiva, pero también gestos que sobreviven al juicio. El Congreso fue testigo de uno de ellos: la despedida de un personaje que marcó época en Veracruz, amado por muchos, criticado por otros, olvidado por pocos.
Y con eso, se cerró el telón. El Tío Fide no regresará, pero su historia —como él quería— seguirá latiendo, para bien o para mal, en la memoria colectiva del estado que gobernó.
