Rosa María Hernández Espejo pensó que su candidatura a la alcaldía de Veracruz sería una fiesta en familia. Que bastaba con la bendición desde arriba, unas fotos de archivo con AMLO, y su investidura como diputada para arrastrar simpatías. Pero no. Le tejieron la traición desde casa… y con hilo azul.
Mientras la periodista de Morena intentaba cuadrar su campaña, desde las sombras la estructura local morenista ya se había vendido al mejor postor. Y no fue un adversario cualquiera, sino una vieja conocida del poder: Indira Rosales San Román, operadora yunista, diputada local con licencia y figura disciplinada del PAN.
¿Lo insólito? Que militantes de Morena se sentaron con ella, café de por medio, para hablar de su malestar por la “imposición” de Rosa María.
Así, la rebeldía interna se cruzó con el pragmatismo electoral de quienes prefieren negociar con los de enfrente antes que obedecer a su dirigencia.
El puerto no es cualquier plaza. Es bastión, trofeo y símbolo. Y en ese tablero, los Yunes no sueltan la torre ni la reina. Miguel Ángel Yunes Márquez —senador, operador, sobreviviente— y su padre Don Miguel, juegan con dos barajas: aún visten de azul, pero se acomodan entre los pliegues de la 4T, aliados de Adán Augusto López Hernández, coordinador de senadores de Morena y férreo enemigo de la gobernadora Rocío Nahle.
La jugada es quirúrgica: fracturar a Morena desde dentro, aislar a Rosa María Hernández Espejo, inflar a Indira y, de paso, enviar un recordatorio al obradorismo local de quién manda en el puerto.
¿Y Rosa María? Intenta sostener su candidatura en una estructura que le sonríe de frente y la apuñala por la espalda. Porque en Veracruz, no hay traición, hay estrategia. Y como dicen en el callejón: a veces tus enemigos no están enfrente, sino en tu propia lona de campaña.