Perote, Veracruz. Por momentos, el humo no nos deja ver ni a un metro. La garganta arde, los ojos también. Pero no paramos. No podemos.
Desde que amaneció, el helicóptero del Gobierno del Estado surca el cielo. Hoy descargó más de 8,400 litros de agua con retardante, en 14 ataques aéreos.
Desde abajo, sentimos el golpe húmedo como un respiro. Nos abre paso para avanzar con picos, palas y machetes por las laderas del Cofre de Perote, donde las llamas rugen con una furia que no conoce descanso.
Son casi 600 brigadistas, entre rurales, comunitarios, voluntarios, elementos de Protección Civil, CONAFOR, SEDEMA, Guardia Nacional, y hasta el Escuadrón Nacional de Rescate.
Venimos de ejidos como Libertad, Rancho Nuevo, Tonalaco, Tenextepec, Xico… y traemos más que herramientas: traemos corazón.
Aquí nadie es extraño. Nos une el monte, el riesgo y la convicción de no dejar que el bosque muera.
Los caballos de la Secretaría de Seguridad Pública suben agua y comida a los puntos más altos. Mientras, nosotros abrimos brechas, sofocamos, resistimos. Porque si nos rendimos, la montaña arde.
No somos héroes. Somos hijos del bosque que hoy nos llama.
