Zenyazen y su brigada de dos; ni para expulsar a Huerta junta fuerza

En Morena Veracruz se intentó una ejecución política. La orden venía de arriba —no del liderazgo moral, sino del liderazgo tribal—, y el objetivo era claro: expulsar al senador Manuel Huerta Ladrón de Guevara, acusarlo de traidor, exhibirlo como operador de la oposición y sacarlo del juego antes de que incomodara más.

Pero la operación fracasó.

El plan orquestado por el delegado de los programas federales en Veracruz Juan Javier Gómez Cazarín, respaldado por el diputado federal Zenyazen Escobar, se estrelló contra una realidad tozuda: ya no tienen el control, ni los números, ni el respeto.

Convocaron a los diputados federales de Veracruz para acompañar la demanda de expulsión, y solo dos levantaron la mano: Margarita Corro Mendoza y Elizabeth Cervantes. El resto… silencio, distancia o rechazo.

Huerta no solo resistió. Contraatacó. En público y sin titubeos. Denunció corrupción, venta de candidaturas, nepotismo, exclusión. Les cantó las verdades en la cara y ante las cámaras.

Y la respuesta de Zenyazen fue inmediata, pero vacía: lo llamó traidor, lo acusó de operar para MC, lo quiso exhibir.

Pero ya era tarde. El expediente se les revirtió.

Porque en el fondo, esto no fue un asunto ideológico ni de disciplina partidista. Fue un pleito por el poder interno, por los espacios perdidos, por el control del aparato. Y en esa disputa, la estrategia de linchamiento político no solo falló, quedó en ridículo.

Morena Veracruz está en guerra, sí. Pero la lealtad forzada ya no funciona, y los liderazgos impuestos comienzan a estorbar más de lo que ayudan.

Zenyazen y Cazarín jugaron a ser operadores de hierro… y terminaron disparando balas de salva.

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