Don Pepe y los raspados que no entienden de campañas

Xalapa, Veracruz. En un rincón del parque Los Berros, donde las jacarandas florecen y el concreto guarda el eco de generaciones, está Don Pepe.

No necesita redes sociales ni prometer el oro y el moro. Su campaña es otra: la de la constancia. Su única plataforma: un carrito de raspados con hielo fresco y frascos de colores que alegran la vista y refrescan el alma.

Desde hace más de 40 años ha sido testigo del ir y venir de elecciones, promesas y candidatos. “Ya ni me acuerdo cuántos han pasado. Muchos. Todos prometen, pero yo aquí sigo, vendiendo raspados”, dice con voz suave mientras destapa una botella de jarabe de vainilla.

No recuerda nombres, ni le interesan. Mucho menos entiende eso de los ministros o jueces que ahora también se votan.

“¿Cómo que se va a votar por esos? No sé ni quiénes son, pero igual se van a ir… y yo me voy a quedar”, comenta mientras acomoda vasos y cuchillos, en la rutina que no le falla.

La política —dice—, es como el hielo que raspa cada día: se va derritiendo rápido. Pero la necesidad, esa no se congela nunca.

Por eso Don Pepe no se distrae con campañas ni debates. Su elección es más profunda y cotidiana: ganarse el sustento diario, dar un poco de alivio a sus clientes, sonreír aunque le duelan los pies y no le alcance la pensión.

“Con la ayuda de Dios llevo siempre, quien gane, la comida a casa”, dice con la fe de los que han aprendido que la verdadera transformación comienza por uno mismo.

Mientras los reflectores están en las urnas, él permanece firme, con su carrito, su sombrilla y su honestidad intacta. Y aunque los políticos cambian cada tres o seis años, Don Pepe permanece como parte del alma de Xalapa. Testigo silencioso de un país que vota, pero que también trabaja, resiste y endulza su camino, raspado a raspado.

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